La cuchara sopera

Hace bastante tiempo, talvez unos treinta años, que le compramos a una profesora alemana que regresaba a su país, un juego de servicio de mesa. No tenía de las acostumbradas reminiscencias barrocas, por lo que su diseño de gran síntesis formal resultaba muy moderno y también muy funcional al expresar con gran claridad para que servía cada pieza. Nos llamó la atención que las cucharas eran todas de un solo porte, semejante a la que conocíamos como cuchara de postre y no venía la cuchara sopera. Fue el primer atisbo del paulatino desaparecimiento que esperaba a estos utensilios con las que comí las sopas y las cazuelas de la niñez.
Días atrás, al alabar la belleza de una cuchara que estaba en la ensaladera en nuestra casa, Marta me afirmó que era la última cuchara sopera de un juego de cuchillería que compramos en Valdivia, allá por el 56. Otras cucharas soperas de aquel juego valdiviano se le traspasaron a nuestra hija, quien no puede tomar las sopas - a las que es una verdadera aficionada – sino con la cuchara grande, por tanto ella les ha de dar máximo cuidado. Siguió la conversación agregando que las medidas de los platos también han sufrido una disminución desde que la invasión de los juegos de loza chinos introdujeron la desorientación en los fabricantes
chilenos prontos a tomar las novedades o a seguir la moda. Tanto así que en la cocinería popular del Mercado de Chillán nos han servido la cazuela de pava, con chuchoca, claro, en un pequeño pocillo de loza del cual se salía la presa por todos lados y, por supuesto, con una cuchara ad hoc, de postre.
Coincidencias sobre esto aparecieron al conversar con el doctor Godoy, cuando me recetó los 10 ml de un jarabe que debo tomar dos veces al día, reclamó la falta que hacía la cuchara sopera en relación a la que los médicos podían recetar la cantidad precisa de remedio. Los fabricantes de los juegos de servicio se cuidaban de respetar las medidas fijadas a cada tamaño de cuchara y de este modo en todos los hogares se encontraba un medio estándar de calcular el medicamento.
Y han seguido las concordancias, pues habiendo recién pasado unos días en las Termas de Catillo, a 26 kilómetros desde Parral hacia la cordillera, comprobamos que en sus comedores aún existen cucharas soperas, que se notan ya antiguas, con las cuales pudimos tomar al almuerzo y cena, nuestras sopas castellanas, julianas, angelinas y pastinas, como se las denomina allí. Para qué decir que con el buen clima y las atenciones de Catillo, y con el jarabe del doctor Godoy, me despedí de todos mis males.
Iván Contreras R.

2 comentarios:

  1. Mi cubertería heredada de mis papàs son tan grandes que asombran!.
    La próxima te las muestro querido Ivàn.

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  2. Aün quedan en casa de mi madre algunas de esas antiguas y enormes cucharas soperas..., al observarlas pienso que en realidad su medida no estaba diseñada para bocas normales, sino que para aquellas que verdaderamente querían ¡devorar la sopa!!

    Cariñosos saludos

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