Es invierno, cruzando la ciudad me detengo en la Sala del Instituto Chileno- Norteamericano de Cultura de Concepción, allí me encuentro con las pinturas de Iván Contreras, paisajes, flores y retratos. Algunas corresponden a obras de hace algunos años, otras en cambio tienen el frescor de la pintura reciente. Un recorrido por la sala me conecta rápidamente con la mano que alguna vez me enseñó los secretos del claroscuro, en el taller de dibujo del Departamento de Artes plásticas en la Universidad de Concepción.
Su pincelada breve, suelta y ágil parece volar sobre la tela, va configurando con la fuerza del color paisajes de nuestro territorio sur, su tema pictórico más logrado y reconocible. Lomas, praderas, flores, árboles, y casas viejas, forman parte de un entorno que parece haberle entrado por lo ojos y para siempre, desde su infancia allá en Purén. Observador agudo de la naturaleza, nada escapa de su mirada atenta a cada gesto que la luz estacional ofrece a su paso, un tema del que Iván entiende mucho, que ha pintado incansablemente y sin embargo y, sorprendentemente, cada vez que emprende la tarea encuentra algún elemento nuevo que revisar y repintar de esa misma naturaleza.
Así, me encuentro casi al final del recorrido por la sala, con unas obras de mediano formato muy recientes y que dan cuenta justamente de esa cita que el maestro Contreras hace a sí mismo, pero con la impronta de esa otra mirada. Liberado de representaciones escenográficas del paisaje, aquí el objeto aludido es un fragmento de él, un inquietante enjambre de hojas y frutos que desborda por los contornos de la tela, como un fractal suspendido en la luz que le aportan los verdes amarillos ocres y anaranjados, que inevitablemente nos remite a frondosidades generosas, a mañana de verano, al olor de la fruta madura, al zumbido de moscardones y colihuachos, al árbol en plenitud, protagonista absoluto de ese paisaje encapsulado en nuestra memoria, en su propia memoria. .Puedo imaginar su ojo escrutador con efecto de zoom, adentrándose en la intimidad del árbol hasta quedar inmerso en la masa arbórea, atrapado en los destellos de color que habitan en medio del follaje, hipnotizado por la magia y el misterio de un hallazgo que merece, a mi modo de ver, un formato atrevidamente mayor, como también la reformulación de un campo pictórico que ofrece posibilidades formales y cromáticas infinitas.
No cabe duda que Iván Contreras ha evidenciado con la maestría de su pincelada la reinvención de su propia obra, sin renegar de su tradición pictórica inscrita en la memoria colectiva de nuestra ciudad, ha articulado un discurso visual que a partir de un fragmento de paisaje nos invita construir un espacio particular, sin olvidar a ese otro paisaje, el de Purén que lo sedujo tan hondamente desde tiempos inmemoriales.
Sandra Santander
Licenciada en Arte, Universidad de Concepción
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Su pincelada breve, suelta y ágil parece volar sobre la tela, va configurando con la fuerza del color paisajes de nuestro territorio sur, su tema pictórico más logrado y reconocible. Lomas, praderas, flores, árboles, y casas viejas, forman parte de un entorno que parece haberle entrado por lo ojos y para siempre, desde su infancia allá en Purén. Observador agudo de la naturaleza, nada escapa de su mirada atenta a cada gesto que la luz estacional ofrece a su paso, un tema del que Iván entiende mucho, que ha pintado incansablemente y sin embargo y, sorprendentemente, cada vez que emprende la tarea encuentra algún elemento nuevo que revisar y repintar de esa misma naturaleza.
Así, me encuentro casi al final del recorrido por la sala, con unas obras de mediano formato muy recientes y que dan cuenta justamente de esa cita que el maestro Contreras hace a sí mismo, pero con la impronta de esa otra mirada. Liberado de representaciones escenográficas del paisaje, aquí el objeto aludido es un fragmento de él, un inquietante enjambre de hojas y frutos que desborda por los contornos de la tela, como un fractal suspendido en la luz que le aportan los verdes amarillos ocres y anaranjados, que inevitablemente nos remite a frondosidades generosas, a mañana de verano, al olor de la fruta madura, al zumbido de moscardones y colihuachos, al árbol en plenitud, protagonista absoluto de ese paisaje encapsulado en nuestra memoria, en su propia memoria. .Puedo imaginar su ojo escrutador con efecto de zoom, adentrándose en la intimidad del árbol hasta quedar inmerso en la masa arbórea, atrapado en los destellos de color que habitan en medio del follaje, hipnotizado por la magia y el misterio de un hallazgo que merece, a mi modo de ver, un formato atrevidamente mayor, como también la reformulación de un campo pictórico que ofrece posibilidades formales y cromáticas infinitas.
No cabe duda que Iván Contreras ha evidenciado con la maestría de su pincelada la reinvención de su propia obra, sin renegar de su tradición pictórica inscrita en la memoria colectiva de nuestra ciudad, ha articulado un discurso visual que a partir de un fragmento de paisaje nos invita construir un espacio particular, sin olvidar a ese otro paisaje, el de Purén que lo sedujo tan hondamente desde tiempos inmemoriales.
Sandra Santander
Licenciada en Arte, Universidad de Concepción
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