Monos y moneros


                                                   
            El retrato de una niña del pasado, una infante de unos tres años de edad en un marco ovalado, ha presidido por mucho tiempo nuestra vida desde un muro importante de la casa. Es mi madre en una efigie basada en una fotografía suya tomada en 1908, hace exactamente cien años.
            Cuando aun no existía la foto en color, ésta tiene hermosos colores, parece un cuadro original de un buen pintor. Una experta en ese arte me contaba que se partía desde un cartón sensibilizado en donde se proyectaba desde la fotografía una imagen en un tamaño mayor, luego un artista de manos ágiles coloreaba este dibujo, con pintura al óleo o al pastel, haciéndolo con gran expedición, de tal modo que la persona quedaba como si estuviera viva.
            En ese mismo momento desaparecían las arrugas y manchas propias como las quebraduras y daños del original. Junto con rejuvenecer y lucir buena salud podía cambiar el color del pelo. También era posible reunir en ella a unos familiares, como a hermanos separados o bien emparejar a un matrimonio por una eternidad, aunque provinieran esas figuras de fotografías diferentes. Como la superficie de la pintura es delicada era resguardada por un vidrio cóncavo que no la tocaría. De esta manera el personaje o la pareja quedaban a perpetuidad bajo su cristal enmarcado en bella moldura, para colgar en los hogares de sus descendientes - nietos y bisnietos- y de generaciones futuras.
            A quienes se dedicaban a realizar este trabajo se les llamaba “moneros”, pero en realidad se denominaba así a quienes se daban el trabajo de conseguir los encargos de parte de aquellos que tuvieran fotos antiguas, pequeñas y por lo general en deterioro. Esos moneros viajaban en los trenes y en otros medios recorriendo ciudades y campos premunidos de muestras convincentes para ingresar a los hogares y captar de los dueños la reproducción y montaje de esa emotiva foto familiar. El trabajo completo podía estar listo al cabo de un par de meses, pagando parte del total.
            Al mismo tiempo, otro trabajo artístico que se ofrecía casa por casa, en las zonas mallequinas, eran las oleografías en sus marcos rococó, que no eran otra cosa que impresiones de litografías en colores, por lo general de naturalezas muertas de duraznos aterciopelados, racimos de uvas con sus brillos y otras frutas en sus fruteras más faisanes o conejos colgando desde el fondo como cuadros para el comedor, ya muy escasos, convertidos en verdaderas antigüedades. Como tales ahora piezas de museo.
                                                                                                  Iván Contreras R- 2008
                                                                                                   Artista Plástico

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