Pasear al campo
Pasear al campo Viviendo en el campo, lo curioso es que cuando niños hacíamos frecuentes paseos al propio campo. Una antigua foto me recuerda que algunos días de paseo armábamos una ramada en el lugar elegido, porque en ese mundo de lomas no había bosques o árboles para la sombra. En el caso de la foto llevamos una mesa y sillas, la imagen muestra un costillar de cordero para el asado, una damajuana inmensa y un canasto en que habría carnes frías o fiambres- pollos asados o cocidos- huevos, pan amasado, algo de escabeche y ensaladas. Destino frecuente de nuestras excursiones era el río Ipinco, su puente del camino Purén –Lumaco, arroyo de montaña que arrastraba piedrecillas y donde las campanulas blancas y carmines se reflejaban en sus aguas claras, y olían fuerte los culenes. Otra vez iríamos a El Lingue, con mucha vegetación y un buen lugar donde bañarnos. Nos movilizábamos en carreta, en la cabrita y su caballo, y los niños más grandes iban montados. Otros lugares que visitábamos eran Coyancahuín, unas chacras de melones en Guadaba. El día 18 de septiembre lo pasamos en algún lejano lugar, en la montaña, en donde nacía el Ipinco, con asado al palo, cantos, cuecas y valseados con la victrola. A veces el paseo podía ser tan cerca como a los eucaliptus del bajo, en donde se hacían las carreras a la chilena, o a visitar a la familia Caamaño en un extremo de Huitranlebu en donde el río tenía un caudal respetable, con una canoa para atravesarlo. Otra vez el paseo se hacía a casa de don Juan Franco, que vivía en otro lado, con el pajonal cercano. Por lo general estos paseos consideraban un cordero asado al palo haciendo un buen fuego y extendiendo las brasas; el animal era puesto en un asador de fierro martillado por el maestro Santander el herrero. No se usaba la parrilla de hoy que apura el proceso de asar. Otra foto muestra a nuestra familia junto a la laguna Lanalhue – tal era como se llamaba por 1940 a ese lago araucano- en un grande y largo paseo que duró desde el amanecer hasta la noche. Las señoras y niños menores iban en una cabrita tirada por el Relicario y los jóvenes, montados a caballo. Recuerdo que preparamos y esperamos ese paseo con muchas ilusiones: El día indicado, cuando salimos de Malleco, el tiempo estaba esplendoroso, pero al cruzar desde Purén a Contulmo por la cordillera de Nahuelbuta, la algarabía de la caravana bruscamente descompuso el clima, dando fiel cumplimiento al mito del lugar según el cual un ruido fuerte siempre trae lluvia. Así, llegados a la inmensa laguna nadie, por entusiasta que fuera, pudo ponerse el traje de baño, y sólo tuvimos ánimo de mirar descorazonados cómo las olas, una tras otra, llegaban hasta la orilla. El regreso fue silencioso, ya nadie cantaba como en la mañana. Los animales resistieron bien los treinta y tantos kilómetros de ida y vuelta.
Iván Contreras R.-2008
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