Fotografías antiguas

Fotografías antiguas


De a poco las fotografías tomadas a mediados del el siglo XX van haciéndose antiguas, representan a gentes vestidas con ropas diferentes a las actuales, con un look de otra época, y van adquiriendo un color sepia. Los fondos, sean la decoración interior o la calle, también se ven antiguos; en la calle los estilos arquitectónicos son los de otros momentos y los carros de otros modelos.

Hace poco viajé donde el primo Carlos para conocer unas añejas fotografías de la parentela, y resultó que en algunas aparezco yo de niño de unos 7 u 8 años. Quien las tomó en una cámara de cajón por 1938 o 1940, fue mi tía Elba, que tenía esta afición, novedosa para la época, cuando esa técnica cumplía en realidad ya 100 años desde que se inventó. En todo ese tiempo la fotografía no había avanzado demasiado y eran muy pocas las personas que cultivaban el hobby, sobre todo si comparamos con el uso masivo de hoy. Es notable que la tía Elba tomara sus fotos con sentido periodístico y moderno, componiendo los conjuntos de personas y a la vez captando la ambientación geográfica y climática. Los protagonistas se muestran naturales en sus actividades diarias. Las fotos son pequeñitas de tamaño, de 4 X 6 centímetros, pero de gran definición, porque eran copia de contacto directo con la película usada.

Miro una y otra vez estas fotos familiares para descubrir el pasado, con mis padres y hermanos, con tíos, primos y personas cuyas vidas estaban ligadas a nosotros. Algo tienen estas instantáneas que las hace verse llenas de contenido y con el poder de activar nuestra nostalgia por los campos de Huitranlebu, de las lomas y pajonales. Además del interés familiar, ahora se harán históricas y documentales cuando pasen a la colección del museo del pueblo de Purén, dada su información testimonial.

En cada foto hay toda una vida, y en una determinada veo junto a mi madre a una mujer joven, es Catalina Jara. Y mis recuerdos previos de ella se ven fortalecidos con esta visión de quien trabajó en nuestra casa por años y mi madre la tenía encargada del menor de sus hijos, que era yo. Pero en realidad a la Cata le tocaba hacer de todo, desde amasar el pan, trabajar en la cocina, servir la comida, el aseo y el acarreo del agua. Me levantaba, aseaba y vestía con gran ternura. También me enseñaba el mundo referido a las cosas que pasaban en el campo y tenía la paciencia de acogerme en sus faldas en los momentos disponibles.

La Cata enfrentaba sus tareas con buen ánimo y para ella el trabajo doméstico parecía estar lleno de las mayores satisfacciones. Jamás he olvidado a la Cata, a esa querida segunda madre, recuerdo nostálgico traído al presente por estas fotografías antiguas.

Iván Contreras R. -2008


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