Alambre de púas



Alambre de púas

Hacia 1940 ya no se podía andar libremente a campo traviesa, pues todos los terrenos estaban siendo cercados con estacas y alambre de púas. En donde antes no existía más que campo abierto, ahora cada predio de la zona de Purén hacía respetar sus límites.

Producir en la montaña miles de estacas de pellín era una verdadera industria. Sus dimensiones eran 2.20 metros de largo y un mínimo de 3 pulgadas de grosor, obtenidas a pura hacha. Se utilizaban para cercar y apotrerar las lomas. El alambre y sus púas provenía de Inglaterra, según me informaron en un negocio del rubro. Para los mapuches los deslindes no eran una preocupación y sus tierras si que podían recorrerse en cualquier rumbo.

El cerco delimitaba las propiedades y mantenía dentro al ganado; también resguardaba los sembrados de recibir daños o dejaba cada año algún potrero diferente en rezago, en donde crecería el pasto para engordar los novillos que irían a la feria. Talvez para cortarlo y guardarlo suelto en los establos o enfardado para el invierno.

El empotrar las estacas y estirar los alambres tenía sus técnicas y sus propios especialistas para fijar unos confines necesarios, por que a algunos animales siempre les parecía mejor el pasto del lado y eran muy hábiles atravesando las alambradas, con lo que ese burlador de encierros arriesgaba echar a perder su cuero con las púas y se hacía merecedor de su “garabato”, un armazón de palos puesta al pescuezo que lo mantendría al interior del potrero.

También existía un tipo de cercado llamado tranquero, otra proeza del hacha cerruca que era utilizado en la conformación de los corrales de animales mayores o bien para bordear los caminos públicos de distribución hacia las vías particulares, todas ellas reguladas por trancas de madera y sus aldabas.

Como contrapartida, los cercos significaban asimismo tremendos límites a los propios campesinos que los instalaban, pues los convertían a su vez en afuerinos de los terrenos ajenos. Así sucedía muchas veces que no hubieran visitado jamás los predios vecinos o esa gran hacienda de más allá.

Estos cercos podían ser corridos subrepticiamente, ganando el autor unos metros de posesiones por aquí y por allá. También era posible cortar los alambres por la noche para hacer pastar ganado extraño que sería retirado al alba con la panza llena hacia otras tierras en donde la sequía había hecho estragos.

Las normas en el campo eran más bien consuetudinarias; se trataba de reglamentaciones orales que todos conocían y que eran las precisas para cumplir y vivir en paz en ese mundo de lomas y pajonales.

Iván Contreras R.2008

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