Hoteles de la Frontera
Hoteles de la Frontera
Los hoteles de la Frontera, de Malleco y Cautín, fueron instalados en los primeros días de la fundación de ciudades y pueblos en el siglo XIX, pues había que alojar al personal necesario para echar a andar los servicios, construir casas, abrir caminos, tender las líneas férreas. Muchos de estos albergues centenarios están aún al servicio del viajero que pasa.
Los hoteles eran acogedores hogares para quienes llegaban desde los campos vecinos a hacer gestiones por el día, no incluyendo siempre un alojamiento obligado. Los pasajeros ocupaban una habitación y sus servicios, donde reinaba la alta cama y el juego de enlozados. Las olorosas toallas recordaban la perlina y la radiolina. Hoteles con amplios espacios y pesebreras para alojar carros y animales. La foto de un huaso montado en una hermosa yegua blanca en el patio del hotel Steiner de Purén, era de mi padre, caballero en la Favorita, su animal preferido.
El hotel que congregara a los parroquianos de la localidad, tenía un bar instalado con sus mesas y sillas de Viena surtido de licores y de vinos embotellados y “ de la casa”, de la cerveza y los refrescos que se servían en vasos jerarquizados por sus tamaños. Se jugaba al cacho y a las cartas. En los más equipados habría una cancha de palitroques en el subterráneo u otra de tejos en el fondo.
Estos hoteles eran centro de reunión de las instituciones sociales, unas de bien común que habían nacido allí mismo. De ellas surgían las ideas para nuevos negocios o las iniciativas favorables a los habitantes. La política se trataba en concurridos almuerzos o cenas hasta la amanecida. Por cierto, estas entidades eran también la sede para celebrar los matrimonios y los bailes amenizados por la regia orquesta de Traiguén que atendía sus eventos y de los demás pueblos de la Araucanía.
En los hoteles se alojaban las personalidades en esporádica visita. Era un orgullo para el dueño recibir a Pablo Neruda en el Continental de Temuco o en el Central de Contulmo. Alguna vez, a un presidente de la República y sus ministros.
Tal como el bar, la cocina era de vital importancia y en ella la maestra fijaba sus sabores característicos, tanto que cuando en Lebu en uno de sus hoteles ella fue reemplazada, el cambio saltó inmediatamente a la vista, o mejor dicho, al paladar.
Normalmente en los hoteles de la frontera quienes han ejercido la regencia, sin llegar a ricos, han logrado un buen pasar al tiempo de ocuparse del abastecimiento de lo necesario y del tejemaneje de su establecimiento.
Iván Contreras R.
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