Juegos infantiles
Marta que es nacida y criada en Santiago, me cuenta que ella pasaba todo el día jugando en la vecina plaza de San Isidro. Nadie temía un rapto o un acercamiento con malas intenciones. Junto a otras niñitas del barrio, jugaban al luche. Por horas saltaban sobre la cuadrícula, empleando un solo pie, lo que motivaba que al cabo de unos días se gastara un solo zapato. Su padre don Víctor, un señor importado de Italia, no comprendía muy bien por qué se había gastado tanto ese zapato, lo que obligaba a comprar un par nuevo para la niña. Para variar ensayaban juegos con el cordel - a saltar la cuerda - generalmente sólo entre niñas, casi nunca con niños pues ellos preferían otras entretenciones más bruscas. En la escuela había otros esparcimientos, los propios del recreo, muchos grupales.
Los juegos campesinos eran diferentes a los de la ciudad e imitaban la vida y las actividades propias del campo. Asimismo seguían las tradiciones de dos etnias, la española y la mapuche. Como yo me crié deambulando por las lomas de Purén, recuerdo que jugábamos a la yuntita, en que dos niños éramos los bueyes sujetos a un madero- el yugo- y un tercero que nos dirigía con un palo más largo- la garrocha. Podíamos tirar cargas imaginarias y a veces enganchar varias yuntitas como se hacía con las carretas pesadas en las cuestas empinadas. Pasados cincuenta años, cuando regreso por esos lares, ahora de paseo y con la familia, hay allí unos niños actuales jugando a la misma yuntita, pudiendo mis hijos comprobar con sus propios ojos algo que yo les había contado mil veces.
Lo más corriente, sin embargo, era montar en un caballo de palo al que castigábamos con afán empleando una varilla de membrillo. Y con él trotábamos por el patio o bien organizábamos rodeos o topeaduras. Incluso se podía llevar a alguien al anca. Nuestro sueño era llegar a tener uno de esos caballitos, también de palo, pero con su correspondiente y hermosa cabeza articulada en que cabalgaba el kuriche en los guillatunes mapuches.
En los recreos de la escuelita rural se armaban equipos de chueca, se jugaba a las escondidas o a algún entretenimiento estacional, tal como las bolitas, el trompo y, en setiembre, el volantín o la cambucha.
Los juegos de los niños de entonces eran activos y eso los mantenía delgados y esbeltos. A veces costaba diferenciar los juegos de los trabajos de verdad, como coger un caballo, ensillarlo y rodear las yuntas para ser enyugadas e iniciar el trabajo del día. De alguna manera, el niño campesino iba pasando de a poco desde los juegos infantiles a los quehaceres laborales que ocuparían toda su vida adulta futura.
Iván Contreras R.
Marta que es nacida y criada en Santiago, me cuenta que ella pasaba todo el día jugando en la vecina plaza de San Isidro. Nadie temía un rapto o un acercamiento con malas intenciones. Junto a otras niñitas del barrio, jugaban al luche. Por horas saltaban sobre la cuadrícula, empleando un solo pie, lo que motivaba que al cabo de unos días se gastara un solo zapato. Su padre don Víctor, un señor importado de Italia, no comprendía muy bien por qué se había gastado tanto ese zapato, lo que obligaba a comprar un par nuevo para la niña. Para variar ensayaban juegos con el cordel - a saltar la cuerda - generalmente sólo entre niñas, casi nunca con niños pues ellos preferían otras entretenciones más bruscas. En la escuela había otros esparcimientos, los propios del recreo, muchos grupales.
Los juegos campesinos eran diferentes a los de la ciudad e imitaban la vida y las actividades propias del campo. Asimismo seguían las tradiciones de dos etnias, la española y la mapuche. Como yo me crié deambulando por las lomas de Purén, recuerdo que jugábamos a la yuntita, en que dos niños éramos los bueyes sujetos a un madero- el yugo- y un tercero que nos dirigía con un palo más largo- la garrocha. Podíamos tirar cargas imaginarias y a veces enganchar varias yuntitas como se hacía con las carretas pesadas en las cuestas empinadas. Pasados cincuenta años, cuando regreso por esos lares, ahora de paseo y con la familia, hay allí unos niños actuales jugando a la misma yuntita, pudiendo mis hijos comprobar con sus propios ojos algo que yo les había contado mil veces.
Lo más corriente, sin embargo, era montar en un caballo de palo al que castigábamos con afán empleando una varilla de membrillo. Y con él trotábamos por el patio o bien organizábamos rodeos o topeaduras. Incluso se podía llevar a alguien al anca. Nuestro sueño era llegar a tener uno de esos caballitos, también de palo, pero con su correspondiente y hermosa cabeza articulada en que cabalgaba el kuriche en los guillatunes mapuches.
En los recreos de la escuelita rural se armaban equipos de chueca, se jugaba a las escondidas o a algún entretenimiento estacional, tal como las bolitas, el trompo y, en setiembre, el volantín o la cambucha.
Los juegos de los niños de entonces eran activos y eso los mantenía delgados y esbeltos. A veces costaba diferenciar los juegos de los trabajos de verdad, como coger un caballo, ensillarlo y rodear las yuntas para ser enyugadas e iniciar el trabajo del día. De alguna manera, el niño campesino iba pasando de a poco desde los juegos infantiles a los quehaceres laborales que ocuparían toda su vida adulta futura.
Iván Contreras R.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Aquí su comentario