Paseando por Purén

Desde Contulmo, donde estuvimos alojados por unos días, viajamos a Purén. En solo veinte minutos traspusimos la Cordillera de Nahuelbuta, por un camino de sueños y de magníficas vistas panorámicas, para llegar a esta localidad remanente de la conquista. De asentamiento de chilenos e inmigrantes suizos, alemanes, españoles, árabes y franceses, quienes desde el siglo XIX formaron sus familias y con un esfuerzo mancomunado desarrollaron un pueblo formidable en la provincia de Malleco, el que enseguida se convirtió en centro de servicios de toda una extensa región ganadera, agrícola y forestal, todo lo cual se observa todavía en su activo comercio y desenvolvimiento social.
Nací próximo a Purén y fui inscrito en su registro civil en 1933, ( con el número 274). De allí atesoré indelebles recuerdos de los años 40, los que afloran especialmente al caminar hoy hasta la plaza de armas y ver que la arquitectura aledaña se ha conservado como era hace más de sesenta años, lo que es una gracia enorme en tiempos en que el deterioro apura la demolición. Pocos cambios muestran la escuela de niñas y la iglesia; el hotel Central o de Boisier y la que fuera la tienda de Spichiger; la esquina de don Oscar Venegas; aún subsiste el gran edificio de nobles maderas chilenas del Hotel Steiner y la tienda del Caballo Blanco de don Ramón Daruich. Sigue en pie la tienda de don Enrique Scheel. Y así se pueden citar personajes idos y presentes a la vista de las hoy vetustas construcciones que exigen una permanente mantención como postulan las actuales tendencias. Completaban el cuadro del área central, el paso de las acequias que corrían por las calles trayendo la frescura y esencia de las montañas.
Reclaman un espacio en esta evocación, los zapatos fabricados por el maestro Varela, las “carrancas” ( zuecas) de Winkler y las monturas del maestro Erices. También se extraña la riqueza perdida de los trenes y su estación, que fijaban lugar y hora de encuentro de la juventud purenina, sobre todo ante el viaje y regreso de los estudiantes desde los liceos de Traiguén, Los Angeles, Concepción y la inefable Escuela Normal –femenina- de Angol. De esa manera se constituía la ejemplar entrega hacia el país de valiosos servidores públicos, en los que no hay rama del saber y de las artes en que no se tenga representación, siendo notable Malú Gatica, la artista total, a la que se le deben rendir honores porque siempre dejó en alto el nombre de su pueblo.
En los momentos de jolgorio, las fiestas se hacían en el teatro y era frecuente la separación de géneros al ubicarse los hombres a un lado y las mujeres al otro, en ese amplio salón de baile de Purén. Las timideces duraban varias horas y justo cuando la diversión recién tomaba su ritmo, aparecían las luces del alba y cada uno para su casa lamentándose de lo imaginado previamente y que no pudo ser. Mi hermana Tala me agrega ahora:”bailábamos con gran entusiasmo con la música del piano, a veces con una orquesta traída desde Traiguén, los valses Desde el Alma o Danubio Azul, y los tangos y boleros que eran, por entonces, los más modernos”.
Parte de este pasear por el pasado y el presente es coincidente con lo que consigna Soledad Uribe Boisier en su Historia de Purén, que se encuentra disponible en la ferretería de don Rodrigo Vidal, frente a la plaza, y que es un gran aporte a la codificación de lo transcurrido por siglos en este pueblo de gente de gran estirpe.

Iván Contreras R.

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