ESE GATO REGALON


                Fidelio era un gato de raza siamesa y llegó a casa pequeñito como un regalo de la amiga María Eliana que acompañaba a su vida solitaria de una pareja de estos animalitos. Cuando llegaba una nueva camada a los dos o tres meses tenía que hacer algo con ellos y el problema era colocarlos o se llenaría la casita con su presencia. Hay que regalarlos o venderlos lo que es difícil porque para algunas personas tienen mala fama desde cuando a Walt Disney se le ocurrió poner de compañeros de la bruja a dos gatos siam que en este caso trabajarían de malos. Era algo en contra que tenía la amiga para distribuir a sus gatitos y nosotros mismos teníamos tales prejuicios por lo que, más bien, nos lo impuso, pero que rápidamente se posesionó en nuestro hogar y de nuestras rodillas. También se conquistó a los hijos nuestros. Por esos días oímos de Fidelio, una opera de Beethoven y nos pareció un buen nombre para este gatito. Desde el principio su comportamiento  contradijo totalmente a lo que pensábamos de ellos.
                Penelope fue el nombre que le dimos a ella, la compañera que le llegó a Fidelio tiempo después y que lo sobrevivió por algunos años. Muy casera hasta nos acompañaba en la cama, a los pies o en la cabecera entre nos. Cuando cumplió su ciclo y se acabó su vida, sobre los 12 años, los hijos organizaron un gran funeral y sepultación al fondo del patio. Fidelio fue nuestro gato y  junto a Penelope tuvieron sus crías que ahora nosotros debíamos distribuir con urgencia o nos quedaríamos con demasiada familia gatuna. Entonces participaban en ello los hijos que si lograban venderlos esa platita era para ellos.
                En tantos años pasarían cosas con nuestros siameses. Una vez nos llegó la visita de una señora de  más allá a poner una queja sobre Fidelio porque le había comido su canario. ¿Qué le íbamos a hacer nosotros? Si ella no quería otro canario que no fuera su fallecida avecita. Fidelio era noble, amigo y  compañero que se aposentaba en uno de mis hombros mientras yo leía o veía Tv. Tenía un barrio inmenso para recorrer, techos y panderetas, y solía llegar con grandes heridas porque era un peleador, a veces infectadas heridas de batalla que curaba yo mismo o la señora Iris, profesora de biología de un colegio que vivía en la otra esquina. Cuando se creía que ya  era muy tarde, Marta lo llamaba desde la puerta de calle y desde allí haciendo eco se iba alejando… Fidelio…Fidelio…Fidelio… en voz de las vecinas o vecinos hasta que al rato sus maullidos hacían que alguno de los amos le abriera la puerta y él contento se restregaba en sus piernas…
                De las cosas curiosas suyas era pertenecer a la única raza de gatos que aceptan la traílla y uno podía salir a pasear con el gato desde un collar y su correa. Y algo que no olvido de 1981 cuando un funcionario es despedido desde un alto cargo en su trabajo caído en desgracia, entre los pocos que lo iban a ver, fui yo llevándole un  gato nuevo, de color clarito, de hocico, orejas , cola, patas negras y hermosos ojos azules. Se sorprendió por esa ocurrencia y lo acogió bien. Tiempo después me hizo saber que el minino había sido un gran camarada y amigo  que le suavizó los tristes días de la exoneración. Para mis hijos, ahora adultos son esta pareja de gatos siameses parte importante de sus recuerdos de infancia y para nosotros motivo de nostalgia.

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