El
caqui, fruto divino
Podemos decir que el caqui es una
planta rara para el medio chileno. Y claro que lo es, porque proviene de China
y Japón. Tendemos a relacionarlo con el Oriente al comportarse en una forma
diferente a la de los productos vegetales comunes nuestros: cuando el árbol se
cubre de frutos anaranjados, se queda al mismo tiempo sin hojas y sus ramas
tejen mil filigranas. Conocí los caquis en Santiago, pues
en mis lares de Purén y Contulmo no existian. Por entonces, en la década del
50, iniciaba mis estudios en la Escuela de Bellas Artes, en Santiago, y allí
pude ver que era la fruta preferida como modelo en las “naturalezas muertas”
que proponían a sus alumnos los maestros Carlos Pedraza, Jorge Caballero o Pablo
Burchard. Dos razones avalaban esta preferencia de los profesores: al ser esos
frutos muy puros de formas, se logran traspasar al papel o a la tela con muy
pocos trazos; y sus variantes de anaranjados pueden contrastar armoniosamente
con azules ultramares, cobaltos y cerúleos. Allí se dibujaron miles de láminas
con conjuntos de caquis distribuidos sobre los manteles y también contenidos en
tiestos domésticos entre los que destacaban unas fruteras de loza de forma de
copa abierta.
¿Qué pintor chileno no ha pintado
caquis, sea en conjuntos o formando parte de composiciones mayores?. Ricardo
Bindis, Sergio Berthoud, Orlando Mellado, Albino Echeverría. Ximena Cristi y
Eduardo Ossandón representaron caquis en muchas de sus obras y yo mismo estoy
mirando, en este instante, un pequeño óleo salido de mi mano en alguna
temporada pasada, con caquis y la sempiterna frutera blanca. Este fruto tiene
su época, que es el invierno, y entonces anima con sus colores los
entristecidos predios o quintas urbanas, invitando a quedar perpetuados en los
trabajos de los artistas.
Años atrás al pasar por la calle
Paicaví, cercana a San Martín, en Concepción, me alegró inmensamente la vista
de un hermoso árbol de caquis en la plenitud de sus frutos. Inspirado y sin
pensar más toqué el timbre para solicitar algunos y llevarlos como modelo a mi
curso de dibujo en la escuela de arte de la Universidad. Me atendió una dama
mayor que sin agregar más, a mi entusiasta petición dijo ¡ No ¡.
Este año pude encontrar caquis en
las ferias populares en los barrios de Concepción y los compré todavía firmes, es decir,
tiernos y, por lo demás, mucres al gusto. Maduraron muy bien en el alféizar de
la ventana de la cocina y en cuestión de dos o tres días fue posible degustar
sus dulzuras.
El árbol es de hojas grandes y de
coloridos anaranjados, rojos y verdes. Del fruto, además de ser comido al
natural, se pueden hacer mermeladas, tomarlos como jugo en leche; de su madera,
que es muy dura y de hermoso color oscuro, se pueden construir muebles finos e
instrumentos musicales. El diccionario Durvan dice que el caqui es de la
familia ebanácea y que pertenece al género diospyros, que viene del griego y
que significa “fruto divino”. Que el comerlo proporciona vitaminas y minerales
a nuestra humanidad.
Carlos e Ivette me contaban que
ellos plantarían árboles frutales en el sitio de su casa nueva en vez de
aquellos que tan sólo son decorativos. Entonces yo pensé en el caqui, del cual
existen variedades resistentes a los hongos y alguno de gran rendimiento, que
puede ser un buen ejemplar para cultivar, ya que siempre será un buen adorno, y
al recordar sus frutos, un ornamento muy provechoso.
Iván Contreras R.
Profesor Emérito, U. de Concepción
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