Para algunas personas no hay verano si no salen del lugar en que viven. Cada año, planifican un nuevo rumbo, teniendo por principio conocer Chile. Otras han descubierto que ir a ciertos centros vacacionales internacionales resulta más barato y se van a pasar calores a los trópicos, quizá para recordar esas temperaturas durante el invierno.
Al parecer Chile ha terminado imponiéndose por la existencia de lugares óptimos, tanto en el norte como en el sur. Algunos están de moda por un tiempo y luego dejan de estarlo porque se deteriora su infraestructura. Unos pocos permanecen en la oferta por largos años, permitiendo que los nietos veraneen donde lo hicieron sus abuelos, haciéndose así clásicos y tradicionales.
En general, son buenos destinos los puntos ubicados a orillas del mar, y como ésa es una condición intrínseca de nuestro país, existen múltiples posibilidades.
Las ciudades del centro reconocen su propia salida al mar. Tongoy, que tiene 14 kilómetros de playa, recibe en domingo a toda la ciudad mediterránea de Ovalle, que concurre en cuanto medio de transporte le sea posible, a empaparse en sus olas.
El agua como mar, como río o como laguna se hace relevante en verano, para refrescarse la cara, para mojarse los pies o para darse un buen baño. En los numerosos lagos se han ido estableciendo completos centros de veraneo. Los ríos atraen más bien a la población cercana. Las termas, antiguas instituciones de reposo y salud, se han hecho veraniegas y hacen interesantes promociones para recibir público estival. Las Termas de Catillo, en Parral, ponen énfasis en las delicias culinarias como agregado a sus funciones específicas.
Nos preguntamos cómo se habrán vivido los veranos en el pasado. Dado que no existía una gran cultura en tal sentido, unos pocos vecinos de Santiago se retiraba a sus fundos por los meses del estío, y la mayoría visitaba a sus parientes en el sur, como sucede todavía. Sabemos que las casas de adobes, de gruesos muros, son muy agradables a la sombra, donde sus moradores podían relajarse en largas siestas. Después del dormir venían las deliciosas horas de la fresca, en las tardes y sus atardeceres. Los trenes eran el gran medio de movilización de los viajes de descanso; magníficos por ser cómodos, seguros y puntuales recorriendo la línea central y los ramales hacia la costa, llevando a la gente a veranear con sus bultos y sus ilusiones.
Esta época tiene su acompañamiento natural para aliviar los calores, que es la aparición de las frutas, que son muy bienvenidas y que encontramos deliciosas, siendo los melones y las sandías los reyes y las reinas de esta estación.
Los noticieros nos hacen tomar conciencia, por contraste, que estamos en verano cuando nos informan que en el otro hemisferio se hielan en un invierno muy crudo, con ondas de frío ártico y con grandes dificultades en la rutina diaria.
Todos los pueblos han despertado y se preparan para el verano; la organización turística se remoza y se entusiasma ante los muchos posibles clientes. Se echan a andar semanas culturales, festivales, ferias artesanales y muestras de productos regionales. Ha hecho su aparición el turismo rural con sus comidas campesinas, sus cabalgatas y excursiones.
Cada uno de nosotros vive intensamente el verano y toma fuerzas para seguir adelante.
Iván Contreras R
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