En algunas fechas especiales se prendían muchas velas; para Navidad o Año Nuevo, quizás cuando había visitas. Generalmente se instalaban en lugares de distribución y pasillos diversos expuestas a que un vientecillo o un suave soplo las hiciera parpadear o apagara sus destellos También eran motivo de acopio en la despensa y de encargarlas cuando se fuera al pueblo. Debían ser unos cuantos paquetes azules, con cuatro velas de regular tamaño, barras de combustible, de parafina sólida, cera o esperma con una mecha de algodón. Hubo un tiempo en que mis padres quisieron fabricarlas por si mismos en casa, en unos tubos metálicos de molde, pero la materia prima era escasa y aquellas de sebo de cordero con un pabilo de hilo de bolsa daban un resplandor muy corto, humo, un olor abominable, que terminaron pronto con esa producción incipiente.
Para quienes vivían en las lejanías de vegas, lomas y cerros causaba fuerte impresión llegar al pueblo y recorrer las calles iluminadas. Debemos tener conciencia de la demora de más de un siglo para que la luz eléctrica extendiera los cables y sus beneficios hacia los campos, aminorando así la tradicional industria de los azules paquetes de velas. Aún hoy habrá que guardar unas velitas por si acaso sobreviene una noche de apagón.
Iván Contreras R.
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