Entre los muchos objetos del siglo XIX que conformaban la colección de antigüedades de don Carlos Fellmer se encontraba una muñeca. Ubicado en Nueva Brannau, poblado cercano a Puerto Varas, el verdadero museo que guarda una amplia casona de madera, fue armado de a poco por este descendiente de colonos alemanes. Según nos hizo ver, una pieza muy apreciada por él era esa muñeca de cara de porcelana.
Al verla no pudimos evitar un estremecimiento: la misma muñequita que ahora ponía sus ojos de vidrio en nosotros, había mirado otras caras y otros tiempos. Fue mecida en brazos de niñas de entonces y acunada en pequeñas camitas de juguete. Algún día fue paseada por los bosques, participó en cabalgatas, navegó por los lagos e hizo junto a voces infantiles activa vida de colona.
Es posible que la muñeca, con su forma de mujer o de pequeña, sea el más popular juguete de las niñas de todas las generaciones. Como todas las historias parten de la prehistoria, allí tuvo una representación como objeto mágico y religioso. Debe haber existido en manos de los niños egipcios; se la reconoce en la Grecia clásica y a partir de entonces no ha dejado de fabricársela de mil formas y materiales. Nacida en los diversos países y siglos pudo tener su propio carácter, como una forma base para ser vestida con la imagen de su época y cada vez haciéndola con mayor cariño y perfección. Es difícil encontrar ejemplares en los milenios posteriores, salvo hallar alguna asomando por ahí en brazos de jovencitas representadas en pinturas o tal vez abandonada en un rincón de la ambientación de cuadros de altos personajes.
Las más antiguas pudieron ser de madera. Al concepto actual se acercan hacia el siglo XIX, en que además de hacerlas articuladas, se llegó a una verdadera perfección en su confección al incorporarlas a las cajas de música, girando o danzando por medio de sofisticados mecanismos de cuerda, con la misma técnica de los relojes. Hacia 1840 lucen caritas de porcelana y servían, a veces, de modelos cuyas ropas se intercambiaban y podían lucir vestiditos y lencería de moda, a su escala.
La vida de las muñecas en el siglo XX ha tenido altibajos. Las con cara y manos de porcelana alcanzan hasta 1935 y en ese tiempo existieron fábricas alemanas, francesas e inglesas que las hicieron en serie e incluso tenían marcas de nombre y su propio catálogo.
En el presente, en que son más escasas, son motivo de colección y para ello hay que considerar marca, modelo y estado de conservación. Hace años pude ver un bonito conjunto en Concepción, de alguien que prolongó su vida de niña y las reunió en su casa de adulta.
Las muñecas han sido inspiración para la literatura, pues existen escritos sobre ellas, sobre su historia, pero también son motivo comercial, aunque para el que las vende y vive de eso, le es doloroso desprenderse de ellas, ya que fácilmente pasan a ser parte de su vida.
Una de las razones de su escasez actual sería la aparición de los peluches que hicieron presencia en los hogares de las niñitas contemporáneas, representando animalitos de toda la fauna confeccionados con géneros que imitan la forma y la piel. Sofía creció acariciando dinosaurios de peluche y llegó a ser experta en esos especimenes del pasado.
No representa a una niña ni a un bebe sino a una dama joven: es Barbie, que ya tiene
unos 40 años pero no envejece, que se viste de todas las profesiones y trajes tipicos, y siempre está a la moda. Ella se adapta a las épocas y es el eslabón que eterniza a la muñeca como juguete de ternura.
Iván Contreras R.
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