Vida en el pajonal


Vida en el pajonal
            Las inmensas carpas, peces de anchas escamas y de hocico como de chanchito- para ir hozando en el fondo, capturando gusanillos y lombrices, insectos y algún crustáceo-  recorren lentito el pajonal cortando la superficie del agua con su aleta dorsal. Sobre ellas vuelan en todas direcciones hasta detenerse en el aire, las libélulas con sus colores y transparencias.
            Las carpas provienen de China y variedades suyas viven en todo el mundo llevadas por el hombre o por las mismas aguas. Se dice que pueden llegar a ser centenarias alcanzando buen tamaño en tanto tiempo. Tienen gran capacidad para adaptarse a condiciones extremas, incluso fuera del agua pueden resistir horas.
            Desde hace más de cien años aportan proteína animal a los campesinos de una extensa región al ser pescadas en el pajonal de Purén con rústicos arpones, y en aguas francas nosotros usábamos una larga caña de coligue con varios metros de lienza de algodón, un anzuelo de metal y su gruesa lombriz. La picada de la carpa era violenta y al hundirse el corcho o flotador dábamos el tirón necesario para engancharla. Con una receta heredada, mi madre partía por desaguarla para quitarle el gusto a barro, después de adobarla la ponía al horno y luego a comerla calientita o como fiambre. En países del viejo continente, según he sabido, es considerada un verdadero manjar.
            En el río, muy de vez en cuando, podía salir alguna trucha asalmonada ya que ellas no abundaban en las aguas bajas y quietas del totoral. Coger un bagre, feo pero sabroso pez autóctono, era como para contarlo a todos los aires. Pero no sabemos qué otros peces originales hubo en las aguas chilenas ya que carpas y truchas, especies introducidas, fueron muy agresivas y terminaron con ellos.
            Recuerdo que en los parajes, que no encerraban peligro para nadie, entre totoras y carrizos se daba la vida con insectos, batracios, peces, aves y hasta animales pequeños como coipos y huillines, en un circulo orgánico que se sustentaba por años. Pese a los cambios dados por las estaciones y sus climas, los pajonales mantenían su estabilidad en acuerdo con el paisaje y con la vida animal. Por su parte los aborígenes respetaban esa condición natural tal cual era, al revés de lo que sucede hoy en que, donde haya un pajonal alguien estará tratando de secarlo.
             En esta naturaleza chilena en que los pajonales son abundantes y en ellos existen pantanos, no sería raro, como ha sucedido en otros mundos, que se encuentren atrapados allí seres que existieron en un lejano pasado y que mantengan sus formas fósiles incólumes para la posteridad.
                                                                                                     Iván Contreras R.- 2008

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