Lomas de Malleco

Lomas de Malleco

“ Voy a la loma!”, decían los campesinos cuando salían a trabajar. A las lomas que antes habían sido selvas. En Malleco, donde el valle central termina y su suave relieve se transforma en redondas lomas de generoso volumen.
Redondas, con ritmos, enlazándose unas a otras hacia azules lejanías; coronadas por bosquecillos para abrigo o sombra de animales y de hombres; redondas y feraces en tiempos pasados, en que el trigo daba grandes rindes, cuando eran el granero de Chile.
Lomas redondas y desgastadas por el uso agrario. En los otoños, los rastrojos se quemaban en una clara- aunque ignorada- contribución a la erosión y a la pobreza. Era la mano del hombre la que encendía la chispa. Sufría y terminaba la presencia viva del campo.
Quedan entre ellas los mallines de humedad y junquillos, habitación de aves autóctonas y amparo de las aves de paso en sus vuelos migracionales. Redondas lomas en que fue posible ver un llepo de culebras, rojas, rosadas y grises enroscadas en nudos que parecían prontas a perseguir mi carrera de niño asustado.
Son las lomas que acogieron el devenir de la raza ancestral. Las mismas que vieron pasar al español montado en desconocido animal, testigos de grandes batallas, donde se conformó lo que se llamó la Frontera.
Los caminos del hombre y de las bestias son los mismos al alivio de la media falda. Se instalan las rucas en la media falda, también la casa y goce del inquilino o el parcelero. Las canchas de fútbol a media falda Se juega a la chueca en la media falda y el balón o la bola de hueso cuando se escapan del campo rectángulo ruedan hasta el río.
En el tope de la loma se realiza el nguillatún, concentración de gentes para pedir lluvia o para celebrar. En estas alturas se levanta el túmulo con tierra de todas partes. Las hierbas del campo, obsesión del botánico, visten las lomas de verde y añil en las estaciones frías; de oro y cobre en los veranos y otoños; de velos de novias con las teatinas.
Para el ojo transeúnte esas colinas han de producir en trigo y pastos, aunque olvida las sequías veraniegas o las aguas invernales que corren por ellas.“ Volví a mi tierra verde/ y ya no estaba/ ya no estaba/ la tierra se había ido con el agua/ hacia el mar”- Pablo Neruda.
Es así como las redondas lomas en lo óptico son forma, volumen, color, ritmo y movimiento. Desde sus cimas se aprende a valorar los grandes espacios lindantes con los cerros de Nahuelbuta o los volcanes andinos. En diciembre y enero, las mañanas son luminosas y brillantes. Al mediodía el sol vertical lo baña todo con su fuego; al atardecer, los contraluces, y luego en el crepúsculo el desparramo de colores.
Los hechos humanos han marcado las lomas. Era tanto el quehacer de la corta, emparva y trilla del trigo, que ofrecía trabajo para mucha gente. Se recurría a los enganches desde Chillán. Los obreros que tendían las líneas férreas dejaban transitoriamente esa actividad para hacer la cosecha en las lomas.
Hay en ellas un palpitar de vida que no se percibe a simple vista, pero que se escucha en la cristalina atmósfera, los gritos y silbidos de los jóvenes pastores de ovejas, o el quebranto de la trutruca de loma en loma. Las costumbres y leyendas enriquecen su transcurrir; en mayo arden las luminarias e iluminan los horizontes. El 4 de octubre se baila sobre el trigo nuevo y se clava la cruz en la tierra para que la recolección sea buena. El territorio de las lomas de Malleco fue conquistado por el ferrocarril, que unió lugares en todas direcciones, y al pasado con el futuro. El tren lejano, como un gusano que se arrastra con un largo penacho de humo.
Iván Contreras R.

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