Mis amigos viejos no quieren usar bastón para que no crean que están viejos, pero yo pienso que se pueden ahorrar peligrosos tropezones si llevaran este útil adminículo.
Uno de ellos tiene su colección de bastones, pero no ha incorporado aquel báculo de coligüe que le regalé hace unos cuantos años, manteniéndolo guardado por ahí. Como solo es una modesta vara no tiene voz sino solo su metro y medio de altura, y no puede contar su historia que yo conozco: que proviene de las montañas de Angol, de aquellas en que está la “Piedra del Aguila”, lugar de encuentro mapuche en plena Nahuelbuta y que me lo trajo como presente el vendedor de digüeñes de la feria rotativa del barrio. Es un buen y áptico vástago, sin la empuñadura en arco propia de la mayoría de los bastones, y que se toma de donde se precisa.
El valor monetario de los bastones es tan variable que los he visto desde muy baratos hasta muy caros. En el mercado de Arica en un puesto en que se vendía de todo - como yo quisiera tener uno- colgaba desde un gancho un magnífico bastón antiguo. Pregunté: ¿ cuánto vale ese bastón?. El comerciante mirándolo displicentemente respondió con su tono nortino: ¡ Pues, $ 500 , caballero !. Yo no podía creerlo, porque según mi manía de avaluar las cosas que me interesan, le había calculado entre 10 o 15.000 pesos. Me hice el desentendido y seguí mirando otras antiguallas, muy interesado en unas macuquinas, aquellas monedas de plata coloniales que estimé falsificadas… Hice tiempo, incrédulo todavía, y al irme dije también desinteresado “ me lo llevaré“. Descolgándolo me lo entregó sin más y salí feliz por las calles de Arica con mi bastón, que tendría tantas historias de uso en su pasado que contar.
Estaba a la entrada del pueblo, apoyado en la pared de la primera casa, un modesto palo de coigüe nativo. Al tomarlo vi que tenía un tamaño muy conveniente y que uno de sus extremos estaba pulido y brillante siendo cómodo en extremo. Como no se veía dueño presente lo adopté para mi y seguí el camino, muy orondo, ahora de bastón. Pero no quedó todo ahí y después empecé a elucubrar en lo que sería su vida, que estaba al ingreso desde la montaña, el por qué estaba afirmado y no botado como un madero cualquiera. Que había aliviado el camino a alguien que vino de la lejana altura de Pata de Gallina, que no había querido entrar al pueblo con tan humilde compañero dejándolo allí para recuperarlo al regreso. Finalmente me pareció que al apropiármelo había cometido una felonía tremenda causando la desazón de ese campesino al no encontrar a su bastón en el que nadie podría interesarse. Desanduve el camino y lo dejé junto a aquel muro para que siguiera el destino en el que yo como ajeno estaba interviniendo.
Jorge Artigas – que no porta bastón- es experto en el tema tanto que escribió El arte de caminar con bastón, un librito acerca de su historia, el uso, sus empuñaduras, las dimensiones y en días pasados alabó el bastón que yo llevaba. Me indicó el país de donde procedía, la calidad de la madera, la corrección de sus medidas. Recordé que lo compré a un precio menor en alguna tienda de Concepción por ser hermoso y de sumo útil para transitar las disparejas veredas de la aún sufrida ciudad.
Iván Contreras R. 2010
Prof. Emérito, U. de Concepción
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