Frutas de la tierra




            Algunas especies arbóreas nativas producen frutos estacionales como la araucaria- que nos da el piñón- el cóguil, el maqui, el avellano y la murtilla, pequeño arbusto. Cada una tiene su época y tanto los habitantes como las aves concurren a cosecharlos en su momento.
            La mayoría de las plantas frutales que conocemos y cultivamos hoy han sido introducidas dando la vuelta al Cabo de Hornos y aquí se han dado bien: naranjos, limoneros, olivos, higueras, duraznos, ciruelos, cerezos, manzanos, castaños, perales, membrillos, la vid etc. Desde nuestros viveros pasaron las plantitas nuevas en tiempos coloniales a los huertos de Cuyo, de Tucuman y a pueblos ya fundados al otro lado de la cordillera; los jesuitas llevaron desde Chile la uva a Mendoza para producir su vino de misa y fueron el origen de los viñedos y caldos vinosos de esa región. Algunas han venido de países de América como la lúcuma, la chirimoya y la palta llegadas desde el Perú las primeras y de Centro América la última que se asentaron en nuestra tierra y clima alejado de los trópicos.
            Sandra trae desde el campo, de las cercanías de Rere donde viven sus padres, unos duraznos peludos, de cuesco despegado, no muy grandes y cuya cáscara sale con gran facilidad desparramando su aroma, tampoco han pasado por refrigeradores. Otra vez trajo unos higos blancos en su mejor momento. En Contulmo en una casa de veraneo en las cercanías del lago Lanalhue encontré unos duraznos pelados del definido gusto y perfume de la fruta de mis recuerdos que hicieron famosos a los predios de ese pueblo araucano. Debo pensar que es una especie terminal, salvo que se hiciera el esfuerzo por recuperarla.


            Los árboles frutales, huérfanos en la inmensidad o las hileras de membrillos o de ciruelos blancos y negros junto a los cercos se alejan de los frutos estandarizados de las grandes quintas. Los manzanos que conservan antiguas especies, reineta o graffe de aquellas que aprendimos a consumir desde pequeños. Aquel castaño solitario en una curva del camino que enriquece su paisaje en otoño. Arboles hijos del rigor, asilvestrados, que acentúan su sabor allí en tierras de secano. De cada planta y sus  frutos se podría decir tanto, escribir una surtida biografía de los cerezos y sus variedades, de los guindos cuyos frutos asemejan a un buen trago fuerte con su gusto agridulce que quedan recordando nuestras papilas gustativas. Las uvas de esos parronales que se enroscan en otros vegetales, blancas doradas o negras de piel blanquecina verdadero desafío para el pintor
            En las ferias rotativas de los barrios hay que saber elegir las frutas venidas de los campos virginales, de bellos colores, de formas y tamaños reconociendo que no han sido fumigadas. Se ve que la feriante ha recorrido su propio huerto escogiéndolas y sin gran publicidad las ofrece en su mesón y hasta más baratas, solo hay que reconocerlas.
            En una desprevenida esquina de Purén una pequeña feria de habitantes del entorno, pude ver ese día los membrillos de las lomas de Lumaco, ciruelas de las montañas de Coyancahuin, manzanas de La Isla, aquellas peritas diminutas de gran dulzor, ideales como orejones. También hortalizas de las vegas, pequeños frutos y desde luego el merken.
                                                                                            Iván Contreras R.2010

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