En mi vida que ya suma varios años me han tocado unos cuantos terremotos y temblores, grandes y menores. De ellos, el de este año de 2010 ha sido el peor, es decir el más brutal, dilatado en el tiempo y en la geografía.
El 24 de enero de 1939, en los campos de Purén, en una antigua casa de madera y cuando yo tenía seis añitos- como dicen quienes creen que los niños los tienen más chicos- ante un fuerte sismo nocturno mi padre, don Manuel, me agarró del pellejo del espinazo y me dejó caer por la ventana... y ya estando toda la familia en el patio le oí decir: ¡este ha sido terremoto en alguna parte!. Por entonces las noticias andaban muy lento y pasados varios días se supo que lo había sido y tremendo en Concepción y en Chillán con unos 10.000 y 20.000 muertos respectivamente. Una canción popular nació prontamente junto al sonido de la guitarra traspuesta: Chillán, Chillán, Chillán/ ciudad del movimiento/ en donde los cadáveres/ caminan bajo el pavimento/ Nunca se había visto tanta desolación...
Gran impresión y mucho consuelo trajo la visita del presidente don Pedro Aguirre Cerda y su esposa doña Juanita Aguirre a esa dolida ciudad.
Hacia 1949 una inmensa sacudida telúrica me sorprendió una noche en el internado del liceo de hombres de Concepción y todos los jóvenes que alojábamos allí arrancamos al gran patio siendo una fea experiencia esperar la llegada del día en pijamas y a patita pelada.
Con Marta estábamos en 1960 en Concepción, de visita en casa de Tala, Nino e hijas, en una antiquísima casa de gruesas paredes de adobes y cubierta de tejas cuya vida terminó con el terremoto del 21 de mayo y hubo de ser demolida. A la apresurada salida resbaló una teja sobre la cabeza de Marta quien nada dijo esa mañana, hasta mostrar más tarde una gran hinchazón. Nos acomodamos todos en el departamento de una amiga y al día siguiente, a las 15 horas, asustados ante las virulentas réplicas bajamos a la Plaza de los Tribunales, momento en que se inició tan fuerte temblor, de epicentro ahora en Valdivia, siendo con sus 9,5 grados, el mayor terremoto del mundo.
Tal sismo nos hizo decidirnos a viajar de inmediato a Contulmo en donde encontraríamos acogida y algo de calma en casa de mis padres, aunque allí sentimos por días tantas réplicas, con ladridos, bramidos y relinchos previos de la fauna lugareña. Se agregaban las crujientes maderas de las arquitecturas, los sonidos vegetales de hojas más el quejido de ganchos y ramas de los bosque nativos que rodean al pueblo. Las secuelas, expresión de energía y tensión, durarán meses produciéndonos nuevos temores sin dejarnos olvidar nuestro país sísmico.
Hasta este del 27 de febrero de 2010 que nos encontró en nuestra anual estadía en las Termas de Catillo, alojados en uno de los pabellones coloniales de nobles muros de adobes. Caí del lecho y arrastré también a Marta terminando de despertar en el piso, esperando que el hueco entre las camas nos serviría de resguardo. Era un movimiento de tierra eterno, violento y agresivo en la más plena oscuridad, sin miras de parar. Cuando se aplacó había que vestirse con lo que hubiera a mano para salir de la habitación. Recordando aquel pasado de niño, dije a mi esposa: ¡este ha sido terremoto en alguna parte!. Y como siempre me acompaño de mi radio digital escuché desde emisoras argentinas que ya hablaban de un fuerte sismo en la zona central de Chile llegando así a la certeza de haber vivido un nuevo y gran terremoto. Uno propio, experiencia personal de posible relato en la medida de cada sensibilidad y asimismo de miles de réplicas con su lenguaje breve, de fuerza dispar.
Iván Contreras R. 2010
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