Pajonales

Es de mi información que existe el "Día Mundial de los Humedales" que se aprobó en la Convención Relativa a los humedales de importancia Internacional, cosa que ocurrió el 2 de febrero de 1971 en Ramsard, país de Irán y Chile se incorporó a ella en 1981 y en 2005 estableció una Estrategia Nacional de Conservación y Uso Sustentable de Humedales.
Por eso hay que tener presente la maravilla que es la vida de los pajonales que se encuentran en nuestras cercanías y no intentar secarlos ni darles otros provechos y desde luego hay que iniciar en los niños la instrucción en el cuidado de estos territorios bajo las aguas, respetar la vida que allí se acoge y que forma parte del paisaje.La compensación de la sequedad de las lomas son los pajonales o humedales que llegan a un equilibrio de siglos o de milenios y que se le deben como herencia a las generaciones futuras. Preocupémonos de la tierra y de las aguas cuidando los humedales.

Pajonales

            Por entonces, a mediados del siglo XX, en Lumaco y en Purén se les llamaba pajonales, y cuando niño viví junto a ellos. Se denominaban así por la variedad de pajas bravas o cortadoras, por los batros y las totoras, que por milenios proveyeron  a los naturales del lugar de material para construir, torcer cuerdas; para tejer o hacer cestos.  Hoy en día  se les llama humedales. En tiempos de la conquista y de la colonia los españoles mencionaban a las ciénagas de Purén, que eran temibles porque en cualquier escaramuza los mapuches se guarecían en ellas, en sus islas y bajíos y  sus adversarios se empantanaban con sus cabalgaduras poniendo en peligro sus vidas.
            Los pajonales eran verdaderos santuarios de la naturaleza por su vida vegetal de algunos canelos, de pitras y temos, que pasaban gran parte del año con sus raíces en el agua. La abundancia y diversidad  mayores eran en la avifauna de especies propias y aquellas venidas de otros mundos en cada estación buena. De entre las  aves- donde  las garzas blancas eran hermosísimas- nos interesaban los patos silvestres comestibles y  en su momento eran tantos los pichones que los cazábamos a palos al salir a los rastrojos. Asimismo recuerdo, durante la migración de aves al asomar la primavera, la llegada de las golondrinas, finas y bellísimas en sus rápidos vuelos blanco y negro.
            Como las aguas eran bajas se pescaban grandes carpas con arpón pues su espinazo dibujaba la superficie. Coipos y huillines preparaban sus madrigueras y no les faltaba alimento tierno.
            Con nuestras piernas de niños  recorríamos los pajonales pisando sobre un légamo movible  de trozos de totoras. Existían canales invisibles conocidos sólo  por nosotros y por ahí se navegaba en rústicas canoas impulsadas por una larga vara. En esa época se creía que los pajonales se habían formado porque no existía un correcto y fluido drenaje, y para corregir eso se contrató a los ingenieros civiles René y Ernesto Ojeda quienes ejecutaron vías de desagüe. Supe que por un tiempo se logró rescatar algunas  tierras, pero que finalmente las aguas habían vuelto por sus antiguos fueros.
            Los numerosos y densos  pantanos solían tragarse a los animales, y si alguno sobrevivía un rato siquiera, podía salvarse - tirándolo-  por medio de lazos o cadenas con yuntas de bueyes, o apealados desde caballos. Nosotros criamos una ternerita encontrada junto a su madre muerta de agotamiento en los esfuerzos por librarse de su empantanamiento, animalito que fue nuestro regalón y que creció hasta  ser  una vaca  que asomaba su astada cabeza por la puerta de la casa y que con un mugido bajito pedía algún delicado bocado junto a la palmada de cariño. Podía verse a la Pitoca, ése era su nombre, paseando sobre su lomo a cuatro o cinco niños de la escuela. Con el tiempo cumplió su destino  de madre y lechera, y un día  la perdimos de vista   para siempre al ser  llevada  a la feria del pueblo.   
                                                                                                        Iván Contreras R., 2008


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