Una canción en una antigua película mejicana en blanco y negro decía así: Cuando se cortan las flores/ parecen llorar perfumes/ con lágrimas de colores/ que alegran los corazones. Versos y melodía que no he olvidado en tanto tiempo.
Las flores que siempre me han acompañado desde que las veía en los campos de Purén luchar contra la intensa sequía. Los cardenales o geranios seguían el derredor de las casas modestas de los inquilinos por lo mismo llamadas “flores de los pobres” y además son carne de perro pues de cualquier patilla caída en tierra saldrá una nueva planta. Asimismo lucen variados colores, podrán ser rojos, carmines, blancos, rosados o jaspeados de mezclarse unos con otros.
Si me pongo en otro lugar de este largo país, al estar en Arica en donde las bugambilias y los hibiscos aparecen por los muros en busca del cielo; en Pica, casi frente a Iquique, se sienten los aromas de los azahares de naranjas y limones. En cada oasis del desierto podemos sorprendernos con una flor y en Atacama el desierto florido es una gloria ante un poco de humedad. Al mismo tiempo la patagonia, a las alturas de Coyhaique, se cubre de lupinos, esos chochos de matices que van pasando por todo el espectro. Nacieron cuando se fueron las nieves y hacen arte de las colinas durante meses.
De nuevo en Malleco, las lomas de colores quemados en los veranos, en la primavera se tiñeron de rojos, de azules, violetas y amarillos de las flores de esas plantas que estudiamos y coleccionamos en los herbarios de la escuela. Así la naturaleza se va renovando y los botánicos del siglo XIX encontraron que las gentes originarias eran tan meticulosas y observadoras que la flor más pequeñita ya tenía nombre adecuado y que ellos solo le agregaron el latinazgo de la denominación culta.
Por septiembre y octubre las flores originan los frutos de cerezos, manzanos o ciruelos. Antes, en agosto los aromos y sus mimosas indicaban que venían los tiempos buenos. De pequeños nos comíamos las flores de los membrillares, pero no era mucho el daño que hacíamos ya que siempre amarilleaban los membrillos en su época, y de allí saldrían los dulces y mermeladas para el año. El territorio es por entonces una alfombra, en el parque de Lota y sus hortensias; con las azaleas y rododendros de Valdivia. Los copihues, la flor nacional, silvestres enmarañados en las montañas o domesticados en las copihueras de Angol y Contulmo. De cuando pintamos el tema de las flores no debemos ignorar sus estructuras, la conformación fantasiosa de las corolas, el entretejido de los tallos y todas son beldad en mano del hombre artista, en cada una se establece un canon ideal pensando en quienes las pintaron hermosas como Juan Francisco González, Carlos Pedraza y Anita Cortes que nos dejaron una tarea. De las flores que serán frutos o de los frutos que fueron flores. O de flores que solo crean semillas para eternizarse y que vienen de muy antiguo en el renovarse cada año. Son ellas las que van, las que nos muestran como camina el tiempo.
Existen personas que se preocupan especialmente de las flores, las damas de los clubes de jardines que cada primavera hacen exposiciones y compiten entre sí. En una de esas muestras vi un jarrón de lirios azules soñado para hacer una buena pintura. Los fotógrafos en sus agrupaciones también aceptan desafíos de captarlas en sus formas y colores y cuando no los había los pintores y dibujantes científicos reproducían las flores como motivo de estudio y catalogación. Y entonces hacían belleza.
Iván Contreras R
Prof. Emérito, U.de Concepción
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