Solo asomaba el mar por esos campos de Huitranlebu cuando llegaba aquel trashumante con su animal cargado con dos inmensos atados de cochayuyo. Siempre a pie, tirando de su caballejo, que no tenía que ser tan fuerte porque la carga era livianita y al paso de cada casa o cada ruca quedaba más ligera. Iba caminando por delante para encontrarse con su clientela, a ras de tierra y hacer su negocio o su trueque a gusto de todos. De los varios paquetes ya en casa, mi madre los utilizaba de mil maneras: como ensalada con cebollitas y cilantro; con los porotos; como una especie de charquicán; como un pinito y papas cocidas; tal como budín y en fin era un buen argumento para variar el menú campesino tendiente a ser rutinario. Aun más, de un manojo se sacaba un trocito para que el nene que ya estaba echando dientes mordiera con fruición y nosotros podíamos tostarlo sobre la plancha de la cocina y hasta guardar alguno para tirar de a poco y escuchar su cueteo en la luminaria de la Cruz de mayo
Cada vez que llegaba el mes del mar, la profesora nos hablaba del sacrificio de Arturo Prat en el combate naval de Iquique. Ese día, el 21 de mayo, sabíamos de la Esmeralda y del Huáscar y su encuentro en las aguas frente a la ciudad del salitre, pero después ya no se tocaba el tema hasta el otro año. Mientras tanto cantábamos a menudo la canción de Yungay, sin tener muy claro a que hecho histórico correspondían los hechos allí relatados. Entonces se nos confundían, en nuestros cortos años, las guerras, los héroes y los himnos.
En general se hablaba poco del mar, porque allí la Cordillera de Nahuelbuta era tan alta y maciza que nada hacía presagiar hallarse al otro lado, que estaba además todo el ancho de la provincia de Arauco. Ni siquiera sabíamos que desde Huitranlebu llegaríamos al mar si enfilábamos hacia Lebu o hacia Concepción y que únicamente lo conseguiríamos yendo en tren durante días. No existían por entonces las líneas de buses que ahora hacen posible ese mismo viaje- a conocer el mar- en el día.
La verdad verdadera es que no nos preocupaba mucho el asunto, ya que no había ni un mapa y menos un globo terráqueo que nos mostrara la abstracta existencia del mar en algún lado, que había más azul que café en esta esfera de tierra que pisamos. Y ni saber que desde el espacio toda la tierra se ve azulita, por efecto de la atmósfera que nos rodea.
Iván Contreras R.
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