Han sido muchos años de vendavales en los inviernos de la provincia de Malleco, días y días lloviendo en verdaderas cataratas, con tempestades eléctricas y fuertes vientos. Los animalitos del campo se guarecen en sus refugios y sólo los treiles han parecido complacidos manifestándose con sus gritos característicos. Las lomas- heridas por miles de agujas de agua - y los bajíos han retenido los excedentes de líquidos barrosos que buscaban los cauces naturales hacia el río y, cuando la inundación ya era grande, borraba los caminos y aislaba los ranchos de los campesinos. En los mallines de junquillos y camarones se represaban las aguas formando lindos espejos azules. Para cruzar esa improvisada laguna, los niños queríamos tener una canoa pequeña o bien soñábamos con pasarla enancados en un caballo alazán rompiendo la superficie de cristal si recordábamos que su fondo no guardaba una cavidad oculta, aunque el animal tomaría sus prevenciones en el camino que los jinetes le hacían seguir.
En las quebradas que formaban la conjunción de dos lomas, era tal la violencia de la torrentada que se originaba una cárcava profunda, que llevaba al río lo mejor de la tierra vegetal. Era la erosión que empobreció los lomajes al desgastar la corteza terrestre por efecto del agua, así como por el repetido trabajo agrícola. La baja en los rindes del trigo era el efecto natural de la tierra sin descanso, aunque fuera reforzada con abonos traídos del norte.
El cielo lucía poblado de oscuras nubes y rara vez se abría para que asomaran los rayos del sol a la usanza de las representaciones bíblicas. De las mantas de castilla chorreaban las aguas; las de lana de oveja pesaban el triple porque la absorbían. Recién aparecían las botas de goma, y hasta entonces prevalecían las zuecas fabricadas por Winkler y luego por Omar Orellana en los talleres de Purén, con suelas de madera nativa y cueros de caballo: pequeñitas para los niños y niñas, grandes para los adultos y buenas para ascender por la media falda de las lomas. Recorríamos también los caminos en medio de los cuales se deslizaban chorrillos que los bueyes y la carreta iban sorteando .
El ritmo del trabajo bajaba en la época de lluvias, pero siempre había un gran cuidado por los animales; en lo alto de las lomas había plantado pequeños bosques de eucaliptus como un área de abrigo para ellos. Hace poco leí a Pablo Neruda sobre el desgaste de las tierras, en la Oda a la erosión en la provincia de Malleco: Volví a mi tierra verde/ y ya no estaba/ ya no estaba/ la tierra se había ido/ con el agua/ hacia el mar/ se había marchado.
Iván Contreras R . 2008
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